La semana en la que se revive el calvario del Salvador, su muerte y resurrección presenta la oportunidad que la familia se reúna y comparta los ritos religiosos. Cada país tiene sus rituales. Algunos se celebran en silencio, otros entre cantos, recuerdos y mesas y procesiones como la de Cristo del Consuelo en Guayaquil y la de Jesús del Gran Poder en Quito, Ecuador. Dentro de la gastronomía ecuatoriana, hay un platillo que une todo eso en un solo gesto: la fanesca. No se trata simplemente de una sopa. Su preparación se convierte en una ceremonia culinaria que une generaciones, comparte recuerdos, sabores, símbolos y espiritualidad. Y, como cada año, llega a las cocinas en Semana Santa.
Una historia que nace en la tierra
Antes de que la Semana Santa se celebrara en América, los pueblos indígenas andinos ya celebraban el Muchuc Nina, un ritual para agradecer la primera cosecha del año. Era tiempo de granos tiernos, de maíz, habas, fréjol y zapallo. Las familias cocinaban juntas, compartían una sopa colectiva como ofrenda a la Pachamama, la madre Tierra.
Con la llegada de los españoles, esa ceremonia ancestral se entrelazó con el calendario católico. Los granos se mezclaron con nuevos ingredientes como la leche y el bacalao salado traído de Europa. Así nació lo que hoy se conoce como fanesca: una comida mestiza. Este platillo tradicional ecuatoriano se come principalmente el Viernes Santo durante la Semana Santa, un día que los católicos se abstienen de comer carne.
Un platillo que narra una historia
Dicen que cada uno de los doce granos que lleva la fanesca representa a uno de los apóstoles, mientras que el bacalao, como pescado, simboliza a Cristo y la práctica de la abstinencia durante la Cuaresma. Es curioso cómo, con el paso del tiempo, la fe se cocina a fuego lento, entre manos que pelan habas, desgranan choclos y cuentan anécdotas mientras revuelven el contenido dentro de la olla.
Prepararla no es tarea de una sola persona. Requiere tiempo, paciencia y colaboración. Es común que las mujeres de la familia e incluso vecinos se reúnan para hacerla. Esa preparación compartida es, en sí misma, una forma de celebrar la vida y unir a los miembros de la comunidad.
Ingredientes que abrazan el alma
La fanesca tiene una lista larga y generosa de ingredientes:
Cada familia tiene su toque. Algunas añaden arroz, otras cambian el tipo de fréjol. Hay quienes la espesan con harina de trigo o pan molido, y quienes usan solo productos frescos de la huerta. Pero siempre, al momento de servirla, aparecen las guarniciones coloridas: rodajas de huevo duro, plátano maduro frito, empanaditas de queso, ají criollo y un poco de perejil fresco.
El alma de la Semana Santa
En cada cucharada de fanesca se saborea más que comida: se revive una historia, se honra una fe, se celebra un reencuentro. No es casual que se prepare una vez al año. Su valor está también en la espera, en el rito que implica reunir los ingredients recorriendo mercados, remojando el bacalao, coordinando las manos en la cocina, y finalmente compartir todos la mesa.
Para mí, la fanesca es una memoria viva. Recuerdo a mi madre envolverse por varios días en la actividad de visitar mercado buscando que los diferentes ingredientes estuvieran frescos, reunirse con su hermana y sobrina e iniciar la tarea en su lugar sagrado: la cocina. En nuestra mesa nunca faltaron los invitados, por ello la fanesca es un plato que resume lo que somos: mezcla de culturas, diversidad en nuestros gustos, creencias religiosas y sobre todo afecto.